21 de mayo de 2011

Giorgio Agamben. Medios sin fin. Notas sobre la política

Giorgio Agamben tiene dos influencias fundamentales. Por un lado la filosofía antigua, particularmente de Aristóteles. De Aristóteles rescata la idea que el hombre, a diferencia de otras especies, es un “animal político”. Ello significa que el hombre es en primer lugar un animal, un ser, una vida. Y en segundo lugar, un ser que busca el buen y justo vivir, mediante la política. La política es pues lo que permite, en comunidad, la búsqueda de la felicidad por parte de los hombres. Por otro lado, de la filosofía contemporánea, Agamben tiene la influencia de Foucault. De él, es fundamental la idea de la política como biopolítica. Según Agamben, “la biopolítica se inaugura cuando la vida natural de los ciudadanos y de los hombres se convierte en uno de los asuntos fundamentales del Estado.” (www.radical.es) La biopolítica se compone así de la vida política y de la nuda vida, es decir de la pura vida.
En la modernidad, advierte Foucault, la vida natural empieza a ser incluida en los cálculos del poder estatal y con ello la política se transforma en biopolítica. El cuerpo se convierte en el objetivo de las estrategias políticas de la sociedad que busca producir cuerpos dóciles, “adecuados” al proyecto moderno.

Agamben parte su propuesta rescatando dos términos griegos referidos a lo que hoy entendemos por “vida”: zoé y bios. Zoé se refiere a la vida que tienen en común hombres, animales y dioses. Es la vida como “simple” ser vivo. Por momentos lo relaciona a lo natural, a la voz, al sonido. Bios se refiere a la forma de vivir de un individuo o grupo, a la existencia política. Por momentos lo relaciona a lo cultural, al lenguaje. Zoé es el ser animal, bios el ser político y cultural. La diferenciación entre estos dos términos señala Agamben, ha desaparecido hoy.

El autor utiliza el término “forma de vida” para designar esa vida que no puede desligarse nunca de su forma. Es la vida vinculada a la posibilidad de vida. Es el ser y el ser en potencia. Y esa potencia es la búsqueda de felicidad, la vida política. Entonces la “forma de vida” es propia a los seres humanos y no a los animales. Una vida en la que no es posible aislar una “nuda vida”.

La nuda vida es la pura vida. Es la materia, el cuerpo, la vida elemental. Es la vida que en la antigüedad perteneció a dios y en el mundo clásico se distingue como zoé. Es la pura vida pre-jurídica. Hoy, es la vida a la que cualquiera puede dar muerte impunemente y, al mismo tiempo, “la vida que no puede ser sacrificada de acuerdo con los rituales establecidos”. Siendo la política el lugar en que el vivir debe transformarse en buen y justo vivir, la nuda vida es aquello sobre cuya exclusión se funda la ciudad (polis) de los hombres. La polis se sitúa en el paso de la voz (sonido animal que expresa sensaciones como dolor) al lenguaje (construcción humana que manifiesta lo justo e injusto).

La inquietud de Agamben es la de definir el rol que juega la nuda vida o pura vida en el escenario político actual. ¿Cómo ingresa la zoé a la polis en los tiempos actuales? ¿Cómo penetra el poder en el cuerpo mismo de los sujetos? “(El objetivo) es precisamente investigar ese punto en que confluyen el modelo jurídico institucional y el modelo biopolítico del poder[1]. Los resultados son que precisamente, esos dos análisis no pueden separarse y que las implicancias de la nuda vida en la esfera política constituyen el núcleo originario –aunque oculto- del poder soberano. (…) ¿Cuál es la relación entre política y vida, si la vida se presenta como aquello que debe ser incluido mediante una exclusión?” (Homo Sacer p. 15-16.)

Agamben señala que con la formación del Estado Nación moderno, se constituye una trilogía que define el sistema político: (i) localización (territorio) + (ii) orden jurídico (Estado) + (iii) reglas automáticas de inscripción (nacimiento o nación). La garantía de este sistema político radicaba en que el hecho de nacer en un territorio x garantizaba a los hombres la pertenencia a una nación y con ello a un orden jurídico, es decir a una ciudadanía. Entonces, había un intento por vincular la nuda vida, que antes pertenecía a dios, con un orden jurídico. Este hecho es fundamental pues es aquí donde se realiza el tránsito de la soberanía de origen divino a la soberanía nacional y donde se instaura la biopolítica moderna: el cuerpo que nace es el fundamento de la política. Como señala el autor: Los derechos representan el tránsito del modelo de la soberanía fundado sobre el derecho divino, a una (soberanía) fundada en el hombre como ser que ha nacido (…)  la ciudadanía es, así pues, el momento en que el ser vital se inscribe en el orden político” (www.radical.es)  La apuesta era convertir la nuda vida en el fundamento de la legitimidad y soberanía del Estado.

Sin embargo, este proyecto, que como veremos más adelante entra en crisis con la figura del refugiado y del campo, tuvo desde sus orígenes una ambigüedad fundamental. Agamben señala como prueba de este malestar en la vinculación inmediata entre nuda vida y orden jurídico, que los derechos de 1789 hayan sido denominados “derechos del hombre Y del ciudadano” donde los términos “hombre” y “ciudadano” no sólo contienen dos significados distintos sino también sugieren dos momentos distintos. Es además prueba de que el ciudadano es una construcción, una ficción que no hace más que revelar que el fundamento último es la vida elemental, el hombre, la nuda vida. Entonces, ¿Cuándo somos (sólo) hombres y cuándo ciudadanos? ¿El nacimiento no vinculaba automáticamente nuestra condición de humanidad - de nuda vida-, con un orden jurídico, con la ciudadanía? 

Agamben señala que hoy vivimos en un “estado de excepción”. El estado de excepción es aquel donde la ley se ha suspendido. El estado de derecho con reglas definidas y pactadas previamente se suspende, lo que permite al soberano, quien es el único que pude decidir sobre el estado de excepción, actuar de acuerdo a una “ley sin ley”. Es un momento donde la única ley es que las leyes que antes delimitaban el terreno jurídico y que garantizaban cierto orden social, político y jurídico a los ciudadanos, no se aplican más. Es un estado de “ley sin ley”.

 Hay dos puntos fundamentales sobre el estado de excepción. El primero es que no se trata más de un estado de excepción en términos temporales. Para Agamben, el estado de excepción es en el siglo XX la regla, lo normal. Vivimos en un estado de excepción permanente. Es el estado del siglo XX. Esto tiene que ver con que hoy el poder se legitima con el miedo. Con el peligro latente que nos (puede) atacar. El segundo punto es que en el estado de excepción la nuda vida vuelve a plantearse como fundamento ultimo del poder político. La nuda vida se vuelve la forma de vida dominante.

La materialización del estado de excepción es el “campo” y la figura central de nuestros tiempos es el “refugiado”.

Los campos son porciones del territorio que se encuentran fuera del orden jurídico normal, donde la ley es que hay una suspensión de la ley. No nacen pues del derecho ordinario sino del estado de excepción y de la ley marcial. Para Arendt, lo que caracteriza a los campos es que “todo es posible” ya que se crea la estructura de la excepción, el marco legal que propone la no legalidad: en el campo no hay protección jurídica. Es el espacio biopolítico por excelencia dado que los hombres que ingresan al campo son sólo nuda vida, vida biológica sin mediación alguna. El hombre es un “homo sacer”, un cuerpo sin derechos. El campo es la creación de un espacio para la nuda vida, que se confunde, en una zona de indeterminación, con la vida política.

La novedad, dice Agamben, es que hoy esta institución, el campo, se desliga del estado de excepción y mantiene su vigencia en la situación normal. Hoy, el campo es el espacio que se abre cuando el estado de excepción empieza a convertirse en regla.  No se trata pues exclusivamente de los campos de concentración nazis, sino también de zonas periféricas en ciudades desarrolladas actuales sujetas, en teoría, a estados de derecho. Guantánamo o zonas de reclusión de migrantes “ilegales” en ciudades europeas son algunos ejemplos. Por ejemplo, en Italia, a los migrantes ilegales se les puede retener treinta días sin protección jurídica alguna; donde los detenidos no son ni ciudadanos extranjeros, ni delincuentes, ni indocumentados, simplemente no tienen estatuto jurídico. Son “existencias físicas”, nudas vidas sin referencia jurídica.

El nacimiento del campo en nuestro tiempo aparece así como un acontecimiento que marca de manera decisiva el propio espacio político de la modernidad. Se produce cuando entra en crisis el fundamento del estado nación moderno, que inscribía automáticamente al hombre a un orden jurídico dentro de un territorio específico. Ahora son estos “campos” los que regulan la inscripción de la vida en el orden jurídico. La nuda vida ya no puede ser inscrita en el orden jurídico tan fácilmente. No solo hace falta que nazcas para ser sujeto de derechos. Como dice el autor: “La creciente desconexión entre el nacimiento (la nuda vida) y el Estado-nación es el hecho nuevo de la política de nuestro tiempo, y lo que llamamos campo es esta separación. (…) A un orden jurídico sin localización (el estado de excepción en que la ley es suspendida) corresponde ahora una localización sin orden jurídico (el campo como espacio permanente de excepción).

Así como el campo es la materialización del estado de excepción, el refugiado es la figura política central de nuestros tiempos. Agamben señala que el refugiado marca la crisis del concepto de los derechos del hombre. ¿Qué hacer frente a cientos de miles de hombres que, siendo hombres, no gozaban de los derechos ciudadanos de un estado nación, es decir de los derechos del hombre? Sucede que el hombre no existe, existe el ciudadano, el naturalizado o el repatriado. El refugiado hace tambalear la estructura pues no hay lugar para él, hay que naturalizarlo o repatriarlo. El refugiado es hombre pero no ciudadano, he ahí el problema. ¿No estaban implícitas ambas figuras? Por ejemplo, señala Agamben que los judíos y gitanos ingresaban a los campos de concentración sólo luego de haber sido desnacionalizados. Cuando ya no tienen derechos ciudadanos y solo son “hombres”, su cuerpo puede ser objeto sagrado, es decir objeto de muerte.

Señala Agamben que la novedad de nuestro tiempo que amenaza al estado nación en sus fundamentos es que cada vez son mayores las porciones de la humanidad que ya no son representables dentro del Estado. El refugiado quiebra la trinidad estado-nación-territorio y por ello merece ser considerado la figura central de nuestra historia política. La figura del refugiado pone en crisis el principio del estado nación y permite renovar el concepto. Para Agamben, los refugiados representan la vanguardia de los pueblos. Es la única figura pensable del pueblo de nuestro tiempo. Es la figura que nos permite entender las formas y límites de la comunidad política por venir.

Una última categoría discutida por Agamben es la de “pueblo”. La palabra “pueblo” tiene dos sentidos casi opuestos y extremos: (i) el sujeto político por excelencia y (ii) la clase excluida de la política, el grupo que se opone a los grupos acomodados y con mayores derechos.

La ambigüedad semántica del concepto no es casual. Refleja la función del concepto en la política occidental. Usamos la palabra “pueblo” para designar esas dos cosas: (i) el cuerpo político integral que no excluye nada y a nadie (Pueblo) y (ii) el subconjunto pueblo como multiplicidad fragmentaria de cuerpos excluidos (pueblo). En esta oposición podemos reconocer otras parejas “categoriales” que definen la estructura política original:

nuda vida (pueblo) / existencia política (Pueblo)
exclusión/ inclusión
zoé/ bios

Señala Agamben que “el pueblo lleva la fractura biopolítica fundamental. Es lo que no puede ser incluido en el todo del que forma parte y lo que no puede pertenecer al conjunto en el que ya está incluido siempre” (Medios sin fin. p. 33). Es y no es. Es y no puede ser. Ya existe y debe aun realizarse.  Los judíos, dice el autor, son el símbolo viviente del pueblo, “de esa nuda vida que la modernidad necesariamente crea en su interior pero cuya presencia no consigue tolerar en modo alguno”. Se trata entonces de una “inclusión excluida”, que pueden ejemplificarse con lo que sucede con la nueva categoría de los migrantes ilegales en Italia: son “expulsados retenidos”.

“Nuestro tiempo no es otra cosa que el intento de suprimir la escisión que divide al pueblo y de poner término a la existencia del pueblo de los excluidos”. En este intento de producir un pueblo sin fractura coinciden izquierda y derecha. Sin embargo, agrega que hoy el proyecto democrático capitalista de poner fin por medio del desarrollo a la existencia de clases pobres, no solo reproduce en su propio seno el pueblo de los excluidos, sino que transforma en nuda vida a todas las poblaciones del tercer mundo. La biopolítica moderna está regida por el principio según el cual “allí donde hay nuda vida debe advenir un Pueblo” y a la vez, “allí donde hay un Pueblo debe advenir la nuda vida”. Hay que, dice Agamben, construir una política que supere esa escisión.


¿Cuál es la función de la nuda vida en la política moderna?

 “Lo que caracteriza a la política moderna no es la inclusión de la zoé en la polis, ni el hecho de que la vida como tal se convierta en objeto eminente de los cálculos del poder estatal. Lo decisivo es el hecho de que, en paralelo al proceso en virtud del cual la excepción se convierte en regla, el espacio de la nuda vida, que estaba situada originariamente al margen del orden jurídico, va coincidiendo de manera progresiva con el espacio político, de forma que exclusión e inclusión, externo e interno, bios y zoe, derecho y hecho, entran en una zona de irreductible diferenciación. 

“La política, que ha asumido cada vez más la forma de una biopolítica, no ha logrado construir la articulación entre zoé y bios, entre voz y lenguaje, que habría debido soldar la fractura. La nuda vida queda apresada en tal fractura en la forma de excepción, es decir algo que solo es incluido por medio de una exclusión.”

La apuesta de Agamben es pues por la comprensión de ese umbral entre el hombre y el ciudadano, entre el zoé y el bios, en los sistemas políticos actuales. ¿Cómo vincular ambas dimensiones, como articularlos, sin exclusión, en nuevas formas políticas? Agamben propone una “extraterritorialidad recíproca” donde interior y exterior construyan fronteras indeterminadas, donde todos estemos en condición de éxodo, donde no exista una adscripción vinculante entre territorio, nación y soberanía. Construir tierras de nadie y de todos, donde todos seamos “nómades con derechos”.

En lugar de que el problema sea dar papeles a los sin papeles, los ciudadanos mismos deberían renunciar a sus papeles, poner de manifiesto las contradicciones del concepto mismo de derechos del hombre y del ciudadano.”


[1] Agamben está tomando la posta a Foucault a partir de distinguir dos líneas en su pensamiento: (i) el estudio de las técnicas políticas por medio de las cuales el Estado asume el cuidado de la vida natural de los individuos (procedimiento totalizantes objetivos) y (ii) las tecnologías del yo mediante las que se efectúa el proceso de subjetivación que lleva al individuo a vincularse a la propia identidad y conciencia y a la vez a un poder de control exterior (técnicas de individualización). Agamben: Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida. p. 14

2 comentarios:

  1. Buen análisis del texto, me ayudó a comprender mejor en un primer momento mi lectura de Agamben.

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